martes, 1 de septiembre de 2015

Las lunas de Barsoom


  

Hay una serie de novelas ampulosamente escritas con títulos como Thuvia, Maid of Mars, The Chessman of Mars, The Princess of Mars, The Warlords of Mars, y así sucesivamente.  Se trata de novelas sobre Marte.  Pero no acerca de nuestro Marte, el Marte revelado por el Mariner 9.
Por lo menos, no creo que nuestro Marte sea como el de esas novelas escritas por Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán.  Su Marte era el de Percival Lowell, un planeta de antiguos fondos marinos, canales y estaciones de bombeo, bestias con seis patas y hombres –algunos sin cabeza- de todos los colores, incluyendo el verde.  Tenían nombres como Tras Tarkas.  Probablemente, la hipótesis más notable propuesta por Burroughs en estas novelas era que los seres humanos y los habitantes de Marte podían tener descendencia, prole, proposición biológicamente imposible si los marcianos y nosotros tenemos orígenes biológicamente distantes.  Burroughs escribió muy honestamente acerca de la infertilidad de un virginiano, milagrosamente transportado a Marte, y de Dejah Thoris, la princesa de un reino con el improbable nombre de Helium.

  No tengo dudas de que el precedente de un reino llamado Helium condujera directamente al planeta llamado Kriptón, patria de Supermán, el protagonista de la saga de historietas y películas.  Hay aquí una rica vena de material literario que aún no se ha explotado bastante.  El futuro puede mostrar planetas, estrellas, o incluso galaxias completas, llamadas Neón, Argón, Xenón y Radón, gases nobles.
Pero el nombre ideado por Burroughs, que a través de los años me ha obsesionado, es el que imaginó que los marcianos dieron a Marte:  Barsoom.  Y fue una frase suya más que ninguna otra cosa la que se grabó en mi pensamiento:  “Las violentas lunas de Barsoom”.
  Pues sin duda, Marte es un mundo con dos lunas, situación que parecería completamente natural para los habitantes de dicho planeta como para nosotros lo es contar con una sola luna.  Sabemos cómo se presenta nuestro solitario satélite a simple vista desde la superficie de la Tierra.  Pero, desde la superficie de Marte, ¿qué aspecto tienen las lunas de Barsoom?  Esta pregunta tuvo respuesta el año 1971 con el viaje del Mariner 9.
  Las lunas de Marte fueron creación de Johannes Kepler, el descubridor de las leyes del movimiento planetario y hombre de escasa talla intelectual.  Pero vivió en el siglo XVI, en un clima intelectual muy diferente del actual.  Confeccionaba horóscopos para poder comer;  la astronomía era su pasión más que su ocupación.  Su madre fue juzgada y condenada por bruja.  Cuando Kepler se enteró del descubrimiento de Galileo, con uno de los primeros telescopios astronómicos, de las cuatro grandes lunas de Júpiter, él inmediatamente concluyó que Marte tenía dos lunas.  ¿Por qué?  Porque Marte se hallaba a una distancia intermedia del Sol, entre la Tierra y Júpiter.  Sin duda, parecía evidente que debía poseer un número intermedio de lunas.  Las observaciones parecían demostrar que Venus carecía de lunas, la Tierra contaba con una y Júpiter con cuatro.  Hoy día sabemos que Júpiter tiene por lo menos 61 lunas conocidas. Las cuatro más grandes son llamadas Io, Europa, Ganímede y Calisto. Estas cuatro lunas son llamadas los satélites Galileanos porque ellas fueron primero vistas en 1610 por el astrónomo Galileo Galilei. Ganímede es la luna más grande en el Sistema Solar, con un diámetro de 3,260 millas. Io tiene una gran cantidad de volcanes activos y está cubierta con azufre. Calisto tiene un océano acuático debajo de su superficie de hielo rocosa, altamente bombardeada y cubierta de cráteres. Europa, la cual está cubierta por una superficie de hielo agrietada, también puede ser que tenga un océano de agua líquida. Las otras lunas son más pequeñas y tienen formas irregulares. Se piensa que la mayoría de estas lunas pequeñas son asteroides que fueron atrapados por la fuerte gravedad de Júpiter.
  Kepler pudo haber deducido dos o tres lunas para Marte, pero la pasión de toda una vida por las progresiones geométricas le llevó a elegir dos. 
  Pero el prestigio de Kepler era inmenso, particularmente después de que las leyes del movimiento planetario derivasen de la teoría de la gravitación de Isaac Newton;  y así, las alusiones literarias a las dos lunas de Marte perduraron a lo largo de los siglos.  En la un tanto larga historia corta de Voltaire, Micromegas, un ciudadano de la estrella Sirio se da cuenta, por casualidad, cuando viajaba por nuestro Sistema Solar, de que Marte tenía dos lunas.  Hay una referencia más famosa a las dos lunas marcianas en la sátira de Jonathan Swift de 1726, Viajes de Gulliver, no en la parte de los liliputienses, ni en la de los gigantes o en la de los caballos inteligentes, sino en la menos leída de todas, la que se refiere a la isla flotante y aérea de Laputa.  El episodio es, sin duda, una crítica descaradamente razonada de las tensas relaciones hispano-británicas en la época de Swift, porque la puta es una palabra española que equivale a prostituta.  Las metáforas políticas son oscuras, al menos para mí.  De todos modos, Swift anuncia casualmente que los astrónomos de Laputa han descubierto dos lunas de Marte, las cuales poseen rápidos movimientos y han proporcionado información sobre su distancia a Marte y sus períodos de traslación alrededor de Marte, información que es incorrecta, pero que es inteligente como intuición.  Existen toda una serie de publicaciones sobre cómo era posible que Swift conociera las lunas de Marte, incluyendo la sugerencia de que Swift era marciano.  Sin embargo, las pruebas demuestran que Swift no era un marciano y que su conocimiento sobre las dos lunas, sin duda, puede deberse a las especulaciones de Kepler.
El verdadero descubrimiento de las dos lunas de Marte se hizo desde el exterior de Washington D.C. en 1877.  El Observatorio Naval de los Estados Unidos acababa de terminar un gran telescopio refractor.  El astrónomo del observatorio, Asaph Hall, intentó averiguar si las lunas de Marte, ensalzadas en canciones y en la literatura, existían realmente.  Sus primeras noches de observación constituyeron un fracaso, y de mal humor incluso anunció a su esposa que se proponía abandonar la búsqueda.  La señora Hall no admitió esto y animó a su marido a que trabajara unas cuantas noches más con el telescopio, hasta que el hombre tuvo a su alcance los satélites marcianos.  Durante un corto período de tiempo pensó que había hallado tres satélites, porque el interior se movía tan rápidamente que en una noche le vio a un lado de Marte y a la noche siguiente en el otro. 
  Hall bautizó a las lunas con los nombres de Fobos y Deimos, como los caballos que arrastraban la cuadriga del dios de la guerra en la mitología griega;  significaban, respectivamente, temor y terror. 
El subsiguiente estudio de Fobos y Deimos llevado a cabo entre 1877 y 1971 tiene una curiosa historia.  Las lunas de Marte son tan pequeñas que aparecen, incluso contempladas con los mejores telescopios, como simples puntos de luz.  Son excesivamente pequeñas para haber sido observadas con los telescopios anteriores a 1877.  Sus órbitas pueden calcularse anotando sus posiciones en varios tiempos.  En 1944, en el Observatorio Naval de los Estados Unidos, B. P. Sharpless reunió todas las observaciones que tenía a su disposición por entonces para determinar las órbitas con la mayor precisión.  Halló que la órbita de Fobos parecía decaer en lo que los astrónomos denominaban aceleración secular.  En largos períodos de tiempo, el satélite parecía estar aproximándose cada vez más a Marte, a la vez que se movía también mucho más rápidamente.  Este fenómeno nos es muy familiar hoy día.  Las órbitas de los satélites artificiales decaen durante todo el tiempo en la atmósfera de la Tierra.  Inicialmente se reducen a causa de las colisiones con las difusas capas superiores de la atmósfera de la Tierra, pero mediante las leyes de Kepler el resultado neto es un movimiento más rápido.
  La conclusión de Sharpless, de una secular aceleración para Fobos, continuó siendo una curiosidad sin explicar y casi sin examinar, hasta que alrededor de 1960 la tuvo en cuenta el astrofísico soviético I. S. Shklovski.  Este pensó en una amplia gama de hipótesis en cuanto se refería a la aceleración secular, entre ellas la influencia del Sol, la de un campo magnético de Marte y la de la gravedad de este planeta.  Halló que ninguna de estas hipótesis encajaba con exactitud.  Entonces volvió a considerar la posibilidad del arrastre atmosférico.  En los días anteriores a la investigación de Marte con naves espaciales, se conocía escasa e indirectamente el tamaño exacto de los satélites marcianos, pero se sabía que Fobos tenía unos 20 kilómetros de diámetro.  La altitud de Fobos sobre la superficie de Marte también se conocía.  Shklovski y otros antes que él descubrieron que la densidad de la atmósfera marciana era demasiado baja para producir el arrastre indicado por Sharpless.  Fue precisamente en ese momento cuando Shklovski hizo una audaz  y brillante suposición.
  Todos los cálculos efectuados para demostrar que no existía arrastre atmosférico habían presupuesto que Fobos era un objeto de densidad corriente.  Pero, ¿y si su densidad era muy baja?  A pesar de su enorme tamaño, entonces su masa sería muy pequeña, y su órbita podría resultar afectada por la enrarecida superior atmósfera marciana.
  Shklovski calculó la precisa densidad de Fobos y halló un valor que alcanzaba a una milésima parte de la densidad del agua.  Ningún objeto natural o sustancia tiene una densidad tan baja;  hay una madera que tiene la mitad de la densidad del agua.  Así pues, con densidad tan baja sólo quedaba una conclusión posible:  Fobos tenía que estar hueco.  Un objeto enorme y hueco, con 20 kilómetros de diámetro, no podía crearse mediante procesos naturales.  Por lo tanto, Shklovski concluyó que había sido creado por una avanzada civilización marciana.  Indudablemente, un satélite artificial de 20 kilómetros de diámetro requiere una tecnología mucho más avanzada que la nuestra.
  Como no había señales de tal civilización avanzada en Marte, Shklovski supuso que Fobos –y posiblemente Deimos- habían sido lanzados al espacio en un lejanísimo pasado por una desaparecida civilización marciana.  A continuación de los primeros trabajos de Shklovski sobre el tema, los movimientos de las lunas de Marte fueron examinados en Inglaterra por G. A. Wilkins, quien manifestó que era probable no existiera aceleración secular.  Pero no podía estar seguro.
  La extraordinaria sugerencia de Shklovski en el sentido de que las lunas de Marte podrían ser artificiales es una de las tres hipótesis que hay sobre su origen.  Las otras dos son:  1) que las lunas son asteroides capturados, o  2) que son una especie de restos que quedaron allí cuando se formó Marte.
  Los asteroides son pedazos de roca y metal que giran alrededor del Sol entre las órbitas de Marte y Júpiter.  En la hipótesis de “restos marcianos” se considera que trozos de roca de diversos tamaños se unieron para formar Marte;  que la última generación de tales piezas produjo los enormes y antiguos cráteres sobre Marte, y que Fobos y Deimos son, por casualidad, los únicos restos que aún perduran de la primitiva historia catastrófica de Marte.
  Es evidente que el hecho de confirmar alguna de estas hipótesis, cualquiera de las tres, sobre el origen de las lunas de Marte, sería un logro de suma importancia científica.
  La misión del Mariner sobre Marte, en 1971, implicaba el empleo de dos naves espaciales, el Mariner 8 y el Mariner 9.  Iban a situarse en órbitas diferentes también con distintos propósitos en el estudio de Marte.  Cuando finalmente hubo acuerdo acerca de estas órbitas, se notó que no estaban lo suficientemente lejos de las órbitas de Fobos y Deimos.  También las observaciones realizadas por televisión y con otros medios sobre Fobos y Deimos, por la nave espacial Mariner, podrían permitir determinar parte de su origen y naturaleza.
 Por lo tanto se solicitó permiso a los funcionarios de la NASA que organizaban y dirigían la misión, para programar observaciones de Fobos y Deimos.  Aún cuando los directores de la misión en el Jet Propulsion Laboratory, verdadera organización operativa, no se mostraran muy contrarios a la idea, algunos funcionarios de la NASA se oponían a ella.  Por supuesto existía un plan de la misión escrito en un grueso libro donde se determinaba taxativamente lo que hacían los Mariner 8 y 9.  Pero en dicho plan no se mencionaba para nada a Fobos y Deimos.  Así pues, no se podía observar a Fobos ni a Deimos.  Pura burocracia.
Se indicó que la propuesta solamente requería mover las plataformas de registro en la nave espacial para que las cámaras pudiesen observar los satélites marcianos,  La respuesta, una vez más, fue negativa.  Poco tiempo después se presentó otro documento en el que se decía que, si Fobos y Deimos eran asteroides capturados, el hecho de examinarlos desde el Mariner 9 equivalía a efectuar una misión casi o del todo gratuita en el cinturón de asteroides.  La maniobra que se había propuesto en la plataforma de la nave espacial ahorraría a la NASA doscientos millones de dólares.  En algunos círculos esta propuesta se consideró como más apremiante.  Al cabo de un año y tras muchos cabildeos, se formó un grupo técnico y se hicieron proyectos para examinar Fobos y Deimos.  El grupo que podríamos llamar de trabajo sobre astronomía de satélites, lo presidió el doctor James Pollack;  pero uno de los signos que dio la NASA acerca de su mala disposición fue que el grupo se formó con posterioridad al lanzamiento del Mariner 9 y sólo dos meses antes de su llegada a Marte.  Mientras tanto ya había fallado el Mariner 8.
Cuando el Mariner 9 llegó a Marte, se encontró un planeta casi enteramente oscurecido por el polvo.  Puesto que en Marte había muy poco que observar, de repente estalló un insólito entusiasmo por examinar Fobos y Deimos.  El primer paso fue tomar fotografías desde cierta distancia con objeto de establecer con cierta precisión  las órbitas y situaciones de las lunas.  Esta tarea se cumplió de forma preliminar dos semanas después de que la nave espacial penetrara en la órbita marciana.  El Mariner 9 tenía un período orbital de aproximadamente doce horas, de manera que daba la vuelta a Marte dos veces al día.
Las fotografías que el Mariner 9 envió por televisión a la Tierra fueron radiadas de forma muy parecida a como se enviaban en nuestro planeta fotografías de un continente a otro por cable.  La fotografía está dividida en gran número de pequeños puntos (para el Mariner 9, varios centenares de miles), cada uno de los cuales con su propio brillo, o sombra o gris, desde el negro al blanco.  Una vez que la nave espacial tomó la fotografía y allí se registraba sobre cinta magnética se enviaba a la Tierra punto por punto.  En efecto, la comunicación dice:  punto número 3277, nivel gris 65;  punto número 3278,  nivel gris 62, y así sucesivamente.  La fotografía se “reúne” por medio de computadora en la Tierra, esencialmente siguiendo los puntos.
La primera fotografía de Fobos, un primer plano relativamente claro, se obtuvo en la revolución 31.  Mostraba una foto “Polaroide” de la imagen videomonitor de Fobos en la revolución 31, recibida el día 30 de noviembre de 1971.  Aún así la imagen es excesivamente borrosa como para poder llegar a conclusión alguna.
Ya tarde, aquella misma noche, el doctor Joseph Veverka, de Cornell, trabajó junto a Carl Sagan en el Image Processing Laboratory de JPL para conseguir, mediante técnicas de ampliación y contraste por computadora, todos los detalles que se pudiesen lograr de la imagen.  La forma de Fobos es irregular.  ¿Son cráteres esos manchones?
Nuestra fotografía se construyó en el vídeo-monitor de la computadora, línea por línea y de arriba hacia abajo.  A medida que emergió gradualmente lo que parecía ser el mayor cráter, vimos un punto brillante en su centro;  solo por un momento se tuvo la sensación de que estaban viendo una luz artificial.  Pero cuando se pidió a la computadora que suprimiera todos los pequeños errores, el punto brillante desapareció.
En la revolución 34, el Mariner 9 y Fobos se aproximaron mutuamente a menos de 8000 kilómetros, uno de los mayores acercamientos de toda la misión.  Por la noche, tarde, al recibir la fotografía, Veverka y Sagan se pusieron a trabajar de nuevo con la computadora.  No estaban seguros de cuál era el aspecto que presentaba un satélite artificial de 20 kilómetros de diámetro, pero no parecía ser eso.  Fobos más bien se parecía a una papa podrida.  De hecho, estaba lleno de cráteres.  Para que se hayan acumulado tantos cráteres en esa parte del sistema solar debe ser muy viejo, probablemente de miles de millones de años.
En su conjunto Fobos parece ser un fragmento natural de una roca mayor, terriblemente vapuleada por repetidas coliciones;  allí se han abierto o excavado orificios y se le han arrancado trozos, como a golpes de hacha.  En Fobos no hay señal alguna de tecnología.  Fobos no es un satélite artificial, expresaron los científicos.  Cuando, mediante la misma labor realizada en la computadora, se ampliaron las fotos de Deimos ocurrió lo mismo, y así llegaron a la misma conclusión.
Estudios realizados recientemente demuestran que Fobos es artificial.
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