Hay una
serie de novelas ampulosamente escritas con títulos como Thuvia, Maid of Mars,
The Chessman of Mars, The Princess of Mars, The Warlords of Mars, y así
sucesivamente. Se trata de
novelas sobre Marte. Pero no acerca de
nuestro Marte, el Marte revelado por el Mariner 9.
Por lo menos, no creo que nuestro Marte sea como el de esas
novelas escritas por Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán. Su Marte era el de Percival Lowell, un
planeta de antiguos fondos marinos, canales y estaciones de bombeo, bestias con
seis patas y hombres –algunos sin cabeza- de todos los colores, incluyendo el
verde. Tenían nombres como Tras Tarkas. Probablemente, la hipótesis más notable propuesta
por Burroughs en estas novelas era que los seres humanos y los habitantes de
Marte podían tener descendencia, prole, proposición biológicamente imposible si
los marcianos y nosotros tenemos orígenes biológicamente distantes. Burroughs escribió muy honestamente acerca de
la infertilidad de un virginiano, milagrosamente transportado a Marte, y de
Dejah Thoris, la princesa de un reino con el improbable nombre de Helium.
No tengo dudas de que el precedente de un reino llamado Helium condujera directamente al planeta llamado Kriptón, patria de Supermán, el protagonista de la saga de historietas y películas. Hay aquí una rica vena de material literario que aún no se ha explotado bastante. El futuro puede mostrar planetas, estrellas, o incluso galaxias completas, llamadas Neón, Argón, Xenón y Radón, gases nobles.
No tengo dudas de que el precedente de un reino llamado Helium condujera directamente al planeta llamado Kriptón, patria de Supermán, el protagonista de la saga de historietas y películas. Hay aquí una rica vena de material literario que aún no se ha explotado bastante. El futuro puede mostrar planetas, estrellas, o incluso galaxias completas, llamadas Neón, Argón, Xenón y Radón, gases nobles.
Pero el nombre ideado por
Burroughs, que a través de los años me ha obsesionado, es el que imaginó que
los marcianos dieron a Marte:
Barsoom. Y fue una frase suya más
que ninguna otra cosa la que se grabó en mi pensamiento: “Las violentas lunas de Barsoom”.
Pues sin duda, Marte es un mundo con dos lunas, situación que parecería
completamente natural para los habitantes de dicho planeta como para nosotros
lo es contar con una sola luna. Sabemos
cómo se presenta nuestro solitario satélite a simple vista desde la superficie
de la Tierra. Pero, desde la superficie
de Marte, ¿qué aspecto tienen las lunas de Barsoom? Esta pregunta tuvo respuesta el año 1971 con
el viaje del Mariner 9.
Las lunas de Marte fueron creación de Johannes Kepler, el descubridor de
las leyes del movimiento planetario y hombre de escasa talla intelectual. Pero vivió en el siglo XVI, en un clima
intelectual muy diferente del actual.
Confeccionaba horóscopos para poder comer; la astronomía era su pasión más que su
ocupación. Su madre fue juzgada y
condenada por bruja. Cuando Kepler se
enteró del descubrimiento de Galileo, con uno de los primeros telescopios
astronómicos, de las cuatro grandes lunas de Júpiter, él inmediatamente
concluyó que Marte tenía dos lunas. ¿Por
qué? Porque Marte se hallaba a una
distancia intermedia del Sol, entre la Tierra y Júpiter. Sin duda, parecía evidente que debía poseer
un número intermedio de lunas. Las
observaciones parecían demostrar que Venus carecía de lunas, la Tierra contaba
con una y Júpiter con cuatro. Hoy día
sabemos que Júpiter tiene por lo menos
61 lunas conocidas. Las cuatro más grandes son llamadas Io, Europa, Ganímede y
Calisto. Estas cuatro lunas son llamadas los satélites Galileanos porque ellas
fueron primero vistas en 1610 por el astrónomo Galileo Galilei. Ganímede es la
luna más grande en el Sistema Solar, con un diámetro de 3,260 millas. Io tiene
una gran cantidad de volcanes activos y está cubierta con azufre. Calisto tiene
un océano acuático debajo de su superficie de hielo
rocosa, altamente bombardeada y cubierta de cráteres. Europa, la cual está
cubierta por una superficie de hielo agrietada, también puede ser que tenga un
océano de agua líquida. Las otras lunas son más pequeñas y tienen formas
irregulares. Se piensa que la mayoría de estas lunas pequeñas son asteroides
que fueron atrapados por la fuerte gravedad de Júpiter.
Kepler pudo haber deducido dos o tres lunas
para Marte, pero la pasión de toda una vida por las progresiones geométricas le
llevó a elegir dos.
Pero el prestigio de Kepler era inmenso,
particularmente después de que las leyes del movimiento planetario derivasen de
la teoría de la gravitación de Isaac Newton;
y así, las alusiones literarias a las dos lunas de Marte perduraron a lo
largo de los siglos. En la un tanto
larga historia corta de Voltaire, Micromegas, un ciudadano de la estrella Sirio
se da cuenta, por casualidad, cuando viajaba por nuestro Sistema Solar, de que
Marte tenía dos lunas. Hay una
referencia más famosa a las dos lunas marcianas en la sátira de Jonathan Swift
de 1726, Viajes de Gulliver, no en la parte de los liliputienses, ni en la de
los gigantes o en la de los caballos inteligentes, sino en la menos leída de
todas, la que se refiere a la isla flotante y aérea de Laputa. El episodio es, sin duda, una crítica
descaradamente razonada de las tensas relaciones hispano-británicas en la época
de Swift, porque la puta es una palabra española que equivale a
prostituta. Las metáforas políticas son
oscuras, al menos para mí. De todos
modos, Swift anuncia casualmente que los astrónomos de Laputa han descubierto
dos lunas de Marte, las cuales poseen rápidos movimientos y han proporcionado
información sobre su distancia a Marte y sus períodos de traslación alrededor
de Marte, información que es incorrecta, pero que es inteligente como
intuición. Existen toda una serie de
publicaciones sobre cómo era posible que Swift conociera las lunas de Marte,
incluyendo la sugerencia de que Swift era marciano. Sin embargo, las pruebas demuestran que Swift
no era un marciano y que su conocimiento sobre las dos lunas, sin duda, puede
deberse a las especulaciones de Kepler.
El verdadero
descubrimiento de las dos lunas de Marte se hizo desde el exterior de
Washington D.C. en 1877. El Observatorio
Naval de los Estados Unidos acababa de terminar un gran telescopio
refractor. El astrónomo del
observatorio, Asaph Hall, intentó averiguar si las lunas de Marte, ensalzadas
en canciones y en la literatura, existían realmente. Sus primeras noches de observación
constituyeron un fracaso, y de mal humor incluso anunció a su esposa que se
proponía abandonar la búsqueda. La señora
Hall no admitió esto y animó a su marido a que trabajara unas cuantas noches
más con el telescopio, hasta que el hombre tuvo a su alcance los satélites
marcianos. Durante un corto período de
tiempo pensó que había hallado tres satélites, porque el interior se movía tan
rápidamente que en una noche le vio a un lado de Marte y a la noche siguiente
en el otro.
Hall bautizó a las lunas con los nombres de
Fobos y Deimos, como los caballos que arrastraban la cuadriga del dios de la
guerra en la mitología griega;
significaban, respectivamente, temor y terror.
El
subsiguiente estudio de Fobos y Deimos llevado a cabo entre 1877 y 1971 tiene
una curiosa historia. Las lunas de Marte
son tan pequeñas que aparecen, incluso contempladas con los mejores
telescopios, como simples puntos de luz.
Son excesivamente pequeñas para haber sido observadas con los
telescopios anteriores a 1877. Sus
órbitas pueden calcularse anotando sus posiciones en varios tiempos. En 1944, en el Observatorio Naval de los
Estados Unidos, B. P. Sharpless reunió todas las observaciones que tenía a su
disposición por entonces para determinar las órbitas con la mayor
precisión. Halló que la órbita de Fobos
parecía decaer en lo que los astrónomos denominaban aceleración secular. En largos períodos de tiempo, el satélite
parecía estar aproximándose cada vez más a Marte, a la vez que se movía también
mucho más rápidamente. Este fenómeno nos
es muy familiar hoy día. Las órbitas de
los satélites artificiales decaen durante todo el tiempo en la atmósfera de la
Tierra. Inicialmente se reducen a causa
de las colisiones con las difusas capas superiores de la atmósfera de la
Tierra, pero mediante las leyes de Kepler el resultado neto es un movimiento
más rápido.
La conclusión de Sharpless, de una secular
aceleración para Fobos, continuó siendo una curiosidad sin explicar y casi sin
examinar, hasta que alrededor de 1960 la tuvo en cuenta el astrofísico
soviético I. S. Shklovski. Este pensó en
una amplia gama de hipótesis en cuanto se refería a la aceleración secular,
entre ellas la influencia del Sol, la de un campo magnético de Marte y la de la
gravedad de este planeta. Halló que
ninguna de estas hipótesis encajaba con exactitud. Entonces volvió a considerar la posibilidad
del arrastre atmosférico. En los días
anteriores a la investigación de Marte con naves espaciales, se conocía escasa
e indirectamente el tamaño exacto de los satélites marcianos, pero se sabía que
Fobos tenía unos 20 kilómetros de diámetro.
La altitud de Fobos sobre la superficie de Marte también se conocía. Shklovski y otros antes que él descubrieron
que la densidad de la atmósfera marciana era demasiado baja para producir el
arrastre indicado por Sharpless. Fue
precisamente en ese momento cuando Shklovski hizo una audaz y brillante suposición.
Todos los cálculos efectuados para demostrar
que no existía arrastre atmosférico habían presupuesto que Fobos era un objeto
de densidad corriente. Pero, ¿y si su
densidad era muy baja? A pesar de su
enorme tamaño, entonces su masa sería muy pequeña, y su órbita podría resultar
afectada por la enrarecida superior atmósfera marciana.
Shklovski calculó la precisa densidad de
Fobos y halló un valor que alcanzaba a una milésima parte de la densidad del
agua. Ningún objeto natural o sustancia
tiene una densidad tan baja; hay una
madera que tiene la mitad de la densidad del agua. Así pues, con densidad tan baja sólo quedaba
una conclusión posible: Fobos tenía que
estar hueco. Un objeto enorme y hueco,
con 20 kilómetros de diámetro, no podía crearse mediante procesos
naturales. Por lo tanto, Shklovski
concluyó que había sido creado por una avanzada civilización marciana. Indudablemente, un satélite artificial de 20
kilómetros de diámetro requiere una tecnología mucho más avanzada que la
nuestra.
Como no había señales de tal civilización
avanzada en Marte, Shklovski supuso que Fobos –y posiblemente Deimos- habían
sido lanzados al espacio en un lejanísimo pasado por una desaparecida
civilización marciana. A continuación de
los primeros trabajos de Shklovski sobre el tema, los movimientos de las lunas
de Marte fueron examinados en Inglaterra por G. A. Wilkins, quien manifestó que
era probable no existiera aceleración secular.
Pero no podía estar seguro.
La extraordinaria sugerencia de Shklovski en
el sentido de que las lunas de Marte podrían ser artificiales es una de las
tres hipótesis que hay sobre su origen.
Las otras dos son: 1) que las
lunas son asteroides capturados, o 2)
que son una especie de restos que quedaron allí cuando se formó Marte.
Los asteroides son pedazos de roca y metal
que giran alrededor del Sol entre las órbitas de Marte y Júpiter. En la hipótesis de “restos marcianos” se
considera que trozos de roca de diversos tamaños se unieron para formar
Marte; que la última generación de tales
piezas produjo los enormes y antiguos cráteres sobre Marte, y que Fobos y
Deimos son, por casualidad, los únicos restos que aún perduran de la primitiva
historia catastrófica de Marte.
Es evidente que el hecho de confirmar alguna
de estas hipótesis, cualquiera de las tres, sobre el origen de las lunas de
Marte, sería un logro de suma importancia científica.
La misión del Mariner sobre Marte, en 1971,
implicaba el empleo de dos naves espaciales, el Mariner 8 y el Mariner 9. Iban a situarse en órbitas diferentes también
con distintos propósitos en el estudio de Marte. Cuando finalmente hubo acuerdo acerca de
estas órbitas, se notó que no estaban lo suficientemente lejos de las órbitas
de Fobos y Deimos. También las
observaciones realizadas por televisión y con otros medios sobre Fobos y
Deimos, por la nave espacial Mariner, podrían permitir determinar parte de su
origen y naturaleza.
Por lo tanto se solicitó permiso a los
funcionarios de la NASA que organizaban y dirigían la misión, para programar
observaciones de Fobos y Deimos. Aún
cuando los directores de la misión en el Jet Propulsion Laboratory, verdadera
organización operativa, no se mostraran muy contrarios a la idea, algunos
funcionarios de la NASA se oponían a ella.
Por supuesto existía un plan de la misión escrito en un grueso libro
donde se determinaba taxativamente lo que hacían los Mariner 8 y 9. Pero en dicho plan no se mencionaba para nada
a Fobos y Deimos. Así pues, no se podía
observar a Fobos ni a Deimos. Pura
burocracia.
Se indicó
que la propuesta solamente requería mover las plataformas de registro en la
nave espacial para que las cámaras pudiesen observar los satélites
marcianos, La respuesta, una vez más,
fue negativa. Poco tiempo después se
presentó otro documento en el que se decía que, si Fobos y Deimos eran
asteroides capturados, el hecho de examinarlos desde el Mariner 9 equivalía a
efectuar una misión casi o del todo gratuita en el cinturón de asteroides. La maniobra que se había propuesto en la
plataforma de la nave espacial ahorraría a la NASA doscientos millones de
dólares. En algunos círculos esta
propuesta se consideró como más apremiante.
Al cabo de un año y tras muchos cabildeos, se formó un grupo técnico y
se hicieron proyectos para examinar Fobos y Deimos. El grupo que podríamos llamar de trabajo
sobre astronomía de satélites, lo presidió el doctor James Pollack; pero uno de los signos que dio la NASA acerca
de su mala disposición fue que el grupo se formó con posterioridad al
lanzamiento del Mariner 9 y sólo dos meses antes de su llegada a Marte. Mientras tanto ya había fallado el Mariner 8.
Cuando el
Mariner 9 llegó a Marte, se encontró un planeta casi enteramente oscurecido por
el polvo. Puesto que en Marte había muy
poco que observar, de repente estalló un insólito entusiasmo por examinar Fobos
y Deimos. El primer paso fue tomar
fotografías desde cierta distancia con objeto de establecer con cierta
precisión las órbitas y situaciones de
las lunas. Esta tarea se cumplió de
forma preliminar dos semanas después de que la nave espacial penetrara en la
órbita marciana. El Mariner 9 tenía un
período orbital de aproximadamente doce horas, de manera que daba la vuelta a
Marte dos veces al día.
Las
fotografías que el Mariner 9 envió por televisión a la Tierra fueron radiadas
de forma muy parecida a como se enviaban en nuestro planeta fotografías de un
continente a otro por cable. La
fotografía está dividida en gran número de pequeños puntos (para el Mariner 9,
varios centenares de miles), cada uno de los cuales con su propio brillo, o
sombra o gris, desde el negro al blanco.
Una vez que la nave espacial tomó la fotografía y allí se registraba
sobre cinta magnética se enviaba a la Tierra punto por punto. En efecto, la comunicación dice: punto número 3277, nivel gris 65; punto número 3278, nivel gris 62, y así sucesivamente. La fotografía se “reúne” por medio de
computadora en la Tierra, esencialmente siguiendo los puntos.
La primera
fotografía de Fobos, un primer plano relativamente claro, se obtuvo en la revolución
31. Mostraba una foto “Polaroide” de la
imagen videomonitor de Fobos en la revolución 31, recibida el día 30 de
noviembre de 1971. Aún así la imagen es
excesivamente borrosa como para poder llegar a conclusión alguna.
Ya tarde,
aquella misma noche, el doctor Joseph Veverka, de Cornell, trabajó junto a Carl
Sagan en el Image Processing Laboratory de JPL para conseguir, mediante
técnicas de ampliación y contraste por computadora, todos los detalles que se
pudiesen lograr de la imagen. La forma de
Fobos es irregular. ¿Son cráteres esos
manchones?
Nuestra
fotografía se construyó en el vídeo-monitor de la computadora, línea por línea
y de arriba hacia abajo. A medida que
emergió gradualmente lo que parecía ser el mayor cráter, vimos un punto brillante
en su centro; solo por un momento se
tuvo la sensación de que estaban viendo una luz artificial. Pero cuando se pidió a la computadora que
suprimiera todos los pequeños errores, el punto brillante desapareció.
En la
revolución 34, el Mariner 9 y Fobos se aproximaron mutuamente a menos de 8000
kilómetros, uno de los mayores acercamientos de toda la misión. Por la noche, tarde, al recibir la
fotografía, Veverka y Sagan se pusieron a trabajar de nuevo con la computadora. No estaban seguros de cuál era el aspecto que
presentaba un satélite artificial de 20 kilómetros de diámetro, pero no parecía
ser eso. Fobos más bien se parecía a una
papa podrida. De hecho, estaba lleno de
cráteres. Para que se hayan acumulado
tantos cráteres en esa parte del sistema solar debe ser muy viejo,
probablemente de miles de millones de años.
En su
conjunto Fobos parece ser un fragmento natural de una roca mayor, terriblemente
vapuleada por repetidas coliciones; allí
se han abierto o excavado orificios y se le han arrancado trozos, como a golpes
de hacha. En Fobos no hay señal alguna
de tecnología. Fobos no es un satélite
artificial, expresaron los científicos.
Cuando, mediante la misma labor realizada en la computadora, se
ampliaron las fotos de Deimos ocurrió lo mismo, y así llegaron a la misma
conclusión.
Estudios realizados recientemente demuestran que Fobos es artificial.
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