miércoles, 4 de junio de 2014

¿De dónde venimos?

  Estoy firmemente persuadido de que en los mitos, a falta de un vocablo más preciso para designar los fenómenos de vuelo, se utiliza la palabra "dioses" como sinónimo de viajeros del espacio.  Una y otra vez comienzan los textos con frases como "toma tu estilete y escribe", o "mira bien lo que te muestro, y comunícaselo a tus hermanos y hermanas".  Los antiquísimos depositarios de tales mensajes difícilmente podían entenderlos o aprovecharse de su contenido;  en realidad se dirigían a generaciones futuras.  ¡Los destinatarios éramos nosotros!  Con los conocimientos que poseemos sobre nuestros satélites, estamos ya capacitados para reconocer los hechos a que aluden tales relatos.  Sabemos el aspecto que ofrece nuestro planeta visto desde gran altura.  El símil de la "masa y el dornajo", con que en el poema de Gilgamesh se describe la tierra contemplada desde lejos, nos dice a las claras lo que aquellos antiguos astronautas veían.

Gilgamesh
  Fábulas, leyendas, mitos y sagradas escrituras están preñadas de verdades, de hechos reales.  A nosotros  toca desbrozar esas tradiciones y limpiarlas de sus elementos fantásticos para intentar llegar hasta su entraña misma.  Cuando lo hayamos conseguido, tendremos en nuestras manos la verdadera protohistoria de la humanidad.  A todo el mundo debiera interesar esta investigación, ya que la pregunta "¿de dónde venimos, adónde vamos?" concierne y acucia a todos los pueblos de la Tierra.

  En la mitología se habla de seres que "transitan" por el espacio desde tiempos inmemoriales.  Los nombres de constelaciones como la Osa Mayor y la Osa Menor, el Cisne, Hércules, el Aguila, la Hidra y los doce Signos del Zodíaco datan del tercer milenario antes de Cristo.






 

  Zeus (Júpiter en latín), señor supremo del cielo, es llamado por Homero (siglo VIII a. de C.) "lanzador de rayos" y "dios tronante".  En la mitología india, Rama y Bhima se remontan a lo más alto de las nubes "cabalgando sobre un rayo inmenso en medio de un terrible fragor".  Asimismo, la tradición azteca refiere que Mixcoatl, la "tronante serpiente de las nubes" desciende a la Tierra al cuarto día de la creación y engendra hijos.  Todavía hoy los indios canadienses hablan del thunderbird  (pájaro tronador), que en tiempos remotísimos visitó a sus antepasados viniendo directamente del cielo.  Y finalmente Tane, el legendario dios de los maoríes de Nueva Zelanda, es también un dios tronante que con su "rayo" decide las batallas del universo.

  La explicación más corriente de estos mitos consiste en afirmar que nuestros primitivos antepasados imaginaban sus dioses personificando los fenómenos de la naturaleza:  nubes y rayos, truenos y terremotos, erupciones volcánicas, el Sol y las estrellas.  Si observamos con detenimiento las pinturas rupestres que nos han dejado esos mismos antepasados, no podemos menos que ver, que tales teorías nos conducen al más puro de los absurdos.  ¡Claro está que no vemos en los dioses fenómenos naturales estilizados, sino  seres bien semejantes a hombres de carne y hueso!  ¿Cómo, si no, se atreven los exegetas a sostener que Dios creó al hombre "a su imagen y semejanza"?  Si nuestro sencillo antepasado hubiera "creído" en Dios y los dioses -y se los hubiera representado- como fenómenos de la naturaleza, de ninguna manera habría admitido la posibilidad de ser él mismo imagen divina.


  No fueron los más ingenuos entre nuestros antepasados quienes, dominando el arte de la escritura, anotaron hace milenios las cosas que, o bien experimentaron por sí mismos. o bien les fueron comunicadas "de primera mano".  Es un hecho, y nadie lo negará, que los mitos y leyendas más antiguos de la humanidad hablan de dioses que vuelan por el cielo.  Lo es también que todos los relatos de la creación afirman, con variantes diversas, que el hombre fue creado por los dioses a partir del cosmos, después que esos mismos dioses hubieron venido del cielo a la Tierra.  La historia de la creación no es ningún producto de fabricación casera.

Zeus
  Según la tradición griega, Zeus tuvo que combatir al endriago Tifón antes de poder fundar un nuevo orden en el mundo.  El dios de la guerra, Ares (Marte en latín), hijo de Zeus, aparece siempre acompañado de Fobos y Deimos, que simbolizaban respectivamente el miedo y el espanto.  Los dos satélites del planeta Marte llevan hoy estos mismos nombres de Fobos y Deimos.  Incluso la encantadora Afrodita (Venus en latín), hija de Zeus, no puede ofrecer al príncipe Adonis su seductora belleza, "encerrada en el cinturón", hasta que finalicen las batallas en el universo.

  En la leyenda de los isleños tawhakis del Mar del Sur, la hermosa doncella Hapai desciende del séptimo cielo a la Tierra para pasar en ésta sus noches con un "hombre apuesto".  El afortunado y bello mancebo nada sospecha del origen celeste de su compañera hasta el momento en que la deja encinta.  Solo entonces, cuando el feliz acontecimiento llama a sus puertas, le descubre ella su condición de diosa y le dice que viene de las estrellas.

  No, los héroes divinos se comportan con demasiada "naturalidad", una vez que han alcanzado la Tierra tras haber librado sus combates en el universo, para poder ser meras encarnaciones de fenómenos físicos.

Fuente:  Von Daniken, El mensaje de los dioses.



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